Éramos dos, solamente dos los corazones dentro
De aquel cuarto en penumbras y silencioso.
Tu respiración agitada
retumbaba en las paredes, como un eco entre las rocas de un peñasco, y ya no
encontraba tranquilidad para mi
Corazón que latía deprisa y
desenfrenado.
Buscábamos nuestros
cuerpos, nuestras manos, nuestros labios
En ese momento de pasión y
deseo que tanto habíamos
Anhelado, soñado, pensado, imaginado...,
deseado.
Tus labios eran cual miel
fresca y cada gota en mis labios fueron empalagando mi pedacito de corazón.
Tus brazos, fuertes y
embriagadores, me hacían sentir la sensualidad
De tu cuerpo y la
protección que me brindabas, la seguridad de la que no quería salir para
enfrentarme a este alocado
mundo que vivo, que
vivimos.
En tus ojos hallaba toda la
serenidad y tranquilidad
que le hacía falta a los
míos para poder soñar la belleza de los ángeles deleitándose con el ocaso del
sol, ese sol que me despierta y me hace recordar el edén vivido.
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