Un momento donde nuestra mirada se escapa
para ver el paisaje, a sentir el infinito del cielo que se confunde con el
horizonte, fusionando la tierra con el cielo, es un momento donde sentimos la
eternidad y somos parte de ella. Nuestra mirada nos lleva a perdernos, a ser
absorbidos por lo ilimitado, a entrar en un lugar sin tiempo, sin
preocupaciones.
Es un lugar donde el éxtasis de simplemente
ser nos inunda. Es en este momento que cada persona, aunque sea por un
instante, se siente libre. Aquí no existe el temor, la crítica, la culpa o la
inseguridad; hemos entrado en un lugar llamado «esencia verdadera», es nuestra
esencia divina.
Encontrar este tesoro perdido que somos
nosotros no es fácil, requiere que deseemos ser verdaderamente libres. Esta
libertad vale más que cualquier cosa. Es algo invaluable, es lo que realmente
determina nuestro éxito porque nos trae la claridad de quien somos y hacia
donde nos debemos dirigir en nuestras acciones y deseos.
Sin embargo requiere de disciplina para
buscar y dedicar el tiempo diario para encontrar. Requiere percibir si hay
obstáculos en el camino que impiden este logro y que busquemos las herramientas
para desenterrar ese esencia verdadera de nuestro ser.
En este tiempo de tantos cambios donde
las personas corren de un lado a otro queriendo hacer tanto, en un tiempo donde
el materialismo en muchos tomar el lugar de Dios en sus corazones, motivándolos
a estar inconformes, a juzgar y compararse a otros; es necesario detenernos a
meditar sobre qué es lo que más valoramos y que realmente produce felicidad.
Para esto es necesario apartarnos del
bullicio diario, tomar el tiempo para meditar en silencio, ponernos en contacto
con la naturaleza, con Dios y con nuestra esencia interna. Esto solo se logra
apartándonos, despejando nuestra mente y proponiéndonos hacerlo diariamente.
La potencia interna solo se alcanza
dedicando tiempo a este ejercicio de silencio espiritual. Es en estos momentos
que logramos creer y percibir que nada es imposible, que lo que necesitamos es
dirigir nuestra atención y esfuerzo correctamente para atraerlo.
A veces no se puede lograr este estado de
silencio porque hay demasiadas cosas obstaculizando la manifestación de nuestra
esencia verdadera. Los complejos, las heridas emocionales, la falta de perdón,
son todos factores que impiden lograrlo.
Cuando buscamos el resultado es que
encontramos. Al llamar, se nos responde. Y al tocar se nos abre la puerta el
entendimiento de quienes somos. El resultado y la importancia de este
descubrimiento es que logramos entender el propósito por el cual nacimos, el
gran potencial que tenemos para crear las cosas y para desatar el caudal de fe
para creer que las cosas son posibles. Sentimos también la certeza de que
valemos.
Es en este momento que recibimos paz y
nos sentimos felices. En nosotros se desarrolla un amor incondicional, nos
enamoramos de Dios, de nosotros mismos, de la vida y de cada persona que al
igual que nosotros cree y ama.
Dentro de cada persona late un «ser» como
ningún otro, especial y maravilloso. Este «ser» aguarda su manifestación,
anhela ser descubierto par poder salir a la luz y ser visto.
Depende de ti anhelarlo, amarlo y estar
dispuesto a buscarlo incansablemente hasta que día a día tome su lugar dentro
de ti, disipando las dudas, los temores, las inseguridades, los complejos y las
malas costumbres con la certeza de quien es y de su inmenso valor.
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